martes, 2 de noviembre de 2010

EL ÁRBOL DEL AMOR

Está próxima la Navidad, época que me recuerda una de las historias de vida que marcaron para siempre mi espíritu y mi ser. Creo que ha sido uno de esos momentos en que Dios se ha manifestado en mi vida de una forma inmediata y contundente. Tenía poco tiempo trabajando en la institución de asistencia social que tantas satisfacciones me dio, para ser exactos casi 6 meses, me sentía realizada con lo que hacía, estudié Comunicación y estaba aplicando todo lo aprendido en la universidad. Cuando somos jóvenes ¡queremos comernos el mundo entero! nos sentimos dueños de la situación, incluso eso nos gana un poco de altanería para con los demás. Yo no era la excepción. Se me hacía algo tarde para ir a trabajar, salí de mi recámara corriendo y lo primero que veo es a mi mamá poniendo las esferas en el árbol de navidad. En mi casa jamás acostumbrarnos a reunirnos en familia a poner en práctica esta tradición, creo que nunca pusimos en práctica ninguna tradición. Mi madre, a quien amo profundamente, quien ha sido mi maestra de vida también, estaba como siempre, paciente y feliz colocando unos adornos que muchos años atrás habíamos hecho juntas. Lejos de agradecer el gesto de poner sola un pino navideño, mi reacción fue de ¡enojo! ¡sí! porque esos adornos estaban viejos y horribles. "Mamá, ¿vas a poner eso tan espantoso? tan sencillo que hubiera sido decirme y te compro unos nuevos", me sentía dueña del mundo pues ya trabajaba y podía comprar eso y más. Mi mamá, sabiamente como siempre, se limitó a darme la bendición, calló y siguió colocando los adornos en el árbol. Yo salí molesta diciendo que no los quería y que en la tarde podíamos comprar otros. 

Llegué a mi trabajo, tomé mi cámara de video y encarrerada junto a una de mis mejores amigas, quien es trabajadora social, fuimos a grabar una nueva historia para presentar en el programa de televisión con el que contábamos, en donde se presentaban diferentes historias de personas que requerían apoyo de la comunidad. Lupito era un niño sordomudo, se llamaba así porque nació el 12 de diciembre, sus papás lo abandonaron por su discapacidad, por lo que su abuelita materna se convirtió en su mamá. Su edad avanzada ya no le permitió seguir trabajando y su mayor anhelo era que su nieto estudiara una carrera técnica para que pudiera valerse por sí mismo cuando ella faltara. 

Recuerdo que ese día hacía mucho frío, llegamos a su casa en un barrio muy humilde al poniente de la ciduad, y al bajar del carro, lo primero que vi fue un árbol seco, sin hojas, todo lleno de basura en sus ramas, unos cuantos vasos de unicel clavados en las ramas y en la banqueta un grupo de pandilleros inhalando resistol para drogarse. Mi reacción fue inmediata, enojarme fue la decisión que tomé al ver aquella imagen, Doña María, la abuelita de Lupito salió a recibirnos, yo quería decirle lo que habían hecho ese grupo de pandilleros con su árbol, pero en el momento era mayor mi urgencia de grabar la historia. Lupito leía muy bien los labios y a señas nos dio a entender que quería estudiar dibujo técnico, que no necesitaba hablar o escuchar para ser alguien en la vida, que sus manos y su creatividad bastaban para poder desarrollarse como cualquier persona "normal". Incluso, nos regaló un hermoso dibujo de la Virgen de Guadalupe que él mismo realizó para nosotras. Son increíbles los hermosos detalles que uno recibe de personas tan valiosas como Lupito y su abuelita.

Al terminar de grabar, Doña María nos encaminó a la puerta y junto a ella iba Lupito, al ver nuevamente el árbol seco y lleno de basura, decidí que el enojo regresara nuevamente a mí, así que no dudé un instante en decirle a Doña María lo sucedido. "¿Ya vio su árbol?", fue lo primero que le dije, pensando en que juntos podíamos recriminar a esos muchachitos drogadictos que no tenían nada bueno qué hacer en la vida. La cara de Doña María lo dijo todo. Abrió sus ojos grandemente y sorprendida volteó a ver a Lupito. Yo estaba esperando a que empezara el regaño para apoyarla y si era posible hablar a la policía. "Lupito, hijo mío", expresó con gran dolor y pausadamente para que él pudiera leer sus labios, "no te preocupes, creo que han robado nuestras esferas, te prometo que ahorita compro más vasos y los pongo otra vez, tu pino va a estar igual de bonito como ayer", mientras una lágrima empezó a rodar por sus mejillas. Sí, otra vez, estaba yo allí, parada escuchando algo que no podía creer. Dios me estaba hablando de una forma tan fuerte que no pude resistir y me puse a llorar en cuanto me subí al carro. Para Lupito ese era su árbol de navidad, ¡el más hermoso del mundo!, el que su abuelita llenó con tanto amor de adornos navideños para su hijo al que tanto amaba. 

Mi día apenas empezaba, y una gran lección de vida acababa de darme Dios. En ese momento quería regresar corriendo a mi casa a pedirle perdón a mi mamá por lo que hice en la mañana. Todo el día la tuve presente en mi mente. Al caer la tarde, llegué a mi casa y mi mamá estaba preparando la cena, de mi boca no pudo salir palabra alguna, sólo la abracé y me puse a llorar, después de calmarme le dije cuánto la amaba y lo hermoso que estaba su pino de navidad. Después de ese día, entendí muchas cosas y decidí que cada año esos adornos que hicimos juntas tiempo atrás, iban a decorar nuestro pino de navidad. 

No permitas que la soberbia sea la que predomine en tu vida. Dale el valor justo a las cosas. Recuerda que cualquier persona es mucho más valiosa por lo que hace y posee en su interior, no por lo que viste o muestra en su exterior. Hay una reflexión que me encanta y la comparto para finalizar.... Cuando Dios te llame a su presencia, no te preguntará qué tan grande era tu casa, sino a quién hospedaste en ella; no te preguntará qué marca de carro manejabas, sino a quién transportaste en él; tampoco cuestionará qué marca de ropa usabas, sino a quién abrigaste con ella; mucho menos qué tan finos eran tus zapatos, sino a quién ayudaste a caminar por el sendero correcto. ¡Que tengas un feliz día!  


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