miércoles, 20 de junio de 2018

LA JAULA DE ORO

Cuando recién llegué a este país hace ya casi diez años, jamás imaginé escuchar de viva voz tantas historias de personas que buscando el famoso "sueño americano" habían enfrentado situaciones realmente tormentosas durante su camino a lo que creían sería su libertad, su paz y su estabilidad económica.

El tema migratorio sin documentos es algo muy complejo y difícil de explicar, no me gusta hablar de ello porque tengo amigos muy queridos en esa situación, personas de bien, trabajadoras que han sabido salir adelante a pesar de tener todo en contra y de la adversidad que se vive en un país extraño. Para quienes no estamos ahogados en miseria, necesidad económica, persecución política, secuestros, amenazas e intentos de asesinato,  siempre nos resultará difícil entender la decisión de dejarlo todo sabiendo que quizá nunca más volverás a ver a los tuyos para iniciar una nueva vida lejos de tu país viviendo con miedo y casi a diario la persecución de la ley y es, precisamente por ello, porque no me encuentro en sus zapatos, que yo jamás podría juzgarlos, sus razones para tomar una decisión así son válidas y respetables a pesar de que los precios que tengan que pagar sean altísimos y ya, desde allí, cuentan con mi total empatía.  A diferencia de otros, muchos de nosotros hemos tenido la fortuna de no tener que encarar a diario problemas que nos orillen a abandonarlo todo y emprender literalmente la huída haciendo frente a todo tipo de peligro no importando lo que se avecine, incluyendo la muerte.

Era noviembre a escasas semanas de Navidad cuando llegamos a este país gracias a una oferta de trabajo que mi esposo recibió. No conocíamos a nadie así que decidimos ir a una Iglesia latina para escuchar misa. Justo ese día hicieron la invitación para participar en alguno de los ministerios y, sin dudarlo, de inmediato nos integramos a un grupo de pláticas prematrimoniales en las que empezamos a trabajar y al muy poco tiempo, a hacer amigos. A una semana de celebrar la Noche Buena, uno de los matrimonios nos invitó a pasar la Navidad en su casa, gesto que agradecimos grandemente ya que pensamos sería nuestra primera celebración solos y lejos de la familia y bendito Dios, no fue así.

Entusiasmados llegamos y ya nos esperaban con un regalo. En esa casa vivían 5 familias diferentes, entre primos, tíos, hermanos. Era una casa de 3 recámaras y un solo baño. Aquello era fiesta total. Nos presentaron a los integrantes de esa familia que tenían apenas dos días de haber llegado procedentes de México, sin documentos. Era un matrimonio muy joven de escasos 21 y 22 años de edad con un bebé en brazos de 1 año.  Cruzaron por el Río Bravo. Mientras tomábamos del ponche que habían preparado nos platicaron lo difícil de su travesía.

Habían pagado alrededor de $5,000 dólares a quien los ayudaría a cruzar. Las indicaciones eran básicas. Tenían que llevar una bolsa con ropa para poder cambiarse en cuanto cruzaran el río ya que si se quedaban con la ropa mojada era muy fácil que los agentes en frontera los reconocieran como ilegales, de aquí el que sean conocidos como "mojados", y también tenían que llevar algo de dólares para que estando ya en suelo americano pudieran trasladarse a su lugar de destino. Había una cuerda que atravesaba de frontera a frontera casi al ras del agua de la que tenían que sujetarse ya que la corriente era algo fuerte. La esposa cargó con la bolsa de ropa completamente cerrada y el papá con su pequeño hijo. A mitad del río el agua casi cubría el rostro de ellos, se tenían que sujetar fuertemente de la cuerda para que la corriente no se los llevara, pero había un grave problema, no se habían percatado que su pequeño bebé casi todo el tiempo había estado sumergido en el río. Cuando su papá se dio cuenta de ello su niño ya estaba morado, así que gritó con fuerza a los que venían adelante de él y les pidió que lo ayudaran sujetando al bebé y pasándolo hacia el frente de la forma en que pudieran. Alguien que ya había cruzado lo recibió y le dio de inmediato resucitación cardiopulmonar, el bebé pudo sobrevivir, pero no una mujer que iba en el grupo y que dentro del agua empezó a desesperarse, a sentir miedo, llorar y terminó por soltar esa cuerda que representaba para todos la esperanza de una mejor vida. Jamás supieron del destino de ella, suponen murió ahogada porque no había nadie que pudiera ayudarla más adelante.

"Ahora les puedo contar esto más tranquilo", recuerdo que me dijo. "Pero fueron los momentos más angustiantes de mi vida". Con cara desencajada y tratando de digerir lo que nos contó no me quedó más que darle gracias a Dios de que estuvieran bien y que su bebé estuviera disfrutando de su primer Navidad en compañía de tan cálida familia. Relatos como éste he escuchado muchos y más desgarradores, personas que llegan sin pies porque los animales en el desierto se los comieron al caer desmayados por el calor y la falta de agua, mujeres que en el transcurso fueron violadas más de una vez, personas que venían con otros familiares y al huír de la "migra" se separaron y jamás volvieron a saber de ellos.

Viendo las noticias estos días respecto a lo hecho por el Gobierno de Trump y su política de "Tolerancia Cero" separando a los niños de sus padres y enjaulándolos, me hizo recordar esta historia y con mucho dolor no dejo de pensar en todos esos niños inocentes, imágenes y audios desgarradores, como si su destino fuera marcado desde el inicio de su vida y del cual no escaparán así lleguen a tierras norteamericanas bajo estas condiciones. La travesía que pasan es igual de inhumana que lo que están viviendo actualmente en la frontera. La decisión de los padres de traérselos con ellos expuestos al frío, hambre, calor, abusos, incluso presenciando asesinatos, sin poder dormir, viajando a ratos en tren de "moscas" a ratos caminando kilómetros entre la selva o el desierto desde que parten de sus países de origen hasta que llegan a frontera, los ha marcado ya de por vida. Al final, quiero entender y me quedo con la idea de que la decisión de emigrar fue mucho mejor que quedarse en donde estaban, pero ¿a qué precio?

En la actualidad la humanidad se encuentra más deshumanizada que nunca. Tal parece que las leyes en la gran mayoría de los países no contemplan a todos esos inocentes ajenos a toda situción política y social, y cuya única obligación es ser felices. Inocentes de un sistema político, educativo y social fallido en su país de origen e inocentes de un sistema migratorio igual de fallido en el país a donde sus padres han decidido huir. Deseo de todo corazón que lo que acaba de suceder sea el inicio de un debate extenso en donde cada país busque la forma de ya no exponer más vidas de pequeñitos inocentes. En donde la sociedad no sólo alce la voz cuando el daño ya esté hecho, sino que sea partícipe en el establecimiento de leyes que protejan a todos esos niños, los cuales al final son los más afectados. Es triste aceptarlo, pero a la única conclusión a la que llego es que el egoísmo de los adultos, está terminando con la inocencia e incluso la vida de nuestros niños. Abracen a sus hijos, luchen por su bienestar y cada decisión que tomen así como las consecuencias de esa decisión, háganlo pensando única y exclusivamente en el bienestar integral de sus pequeños.

Paz y bien para la humanidad entera.