lunes, 21 de julio de 2014

SOBREVIVIENDO


Hace poco más de dos años y medio justo cuando llegamos a vivir a nuestro nuevo hogar en Houston, me di a la tarea de acomodar todo lo que la mudanza trajo a nuestra casa en el menor tiempo posible ya que me moría de ganas por ver a mi familia. Habían pasado dos años exactos de no verlos en persona. Víctor, mi esposo, tenía que empezar su trabajo en la nueva empresa, por lo que no tenía vacaciones y yo sinceramente no iba a esperar a que pasara un año más estando tan cerca de tierras regias, así que quince días después de pisar tierras texanas emprendí mi "huída" a mi terruño querido. Exactamente no sabía el tiempo que estaría disfrutando de mis papás y mis hermanos, Víctor me dijo "quédate el tiempo que quieras", aunque sinceramente me dio a entender que dos semanas serían suficientes. En cuanto llegué a Monterrey me comuniqué con amigos entrañables y empecé a armar una agenda para poder convivir con todos. ¡Y fue increíble verlos! y ¡reencontrarme!, pero más increíble fue descubrir el camino que Dios tenía para mí, ya que es aquí cuando empieza una de las más grandes transformaciones que he vivido en toda mi vida.

Catorce años, la institución de asistencia en la que trabajé, fue mi segunda casa y allí también dejé grandes amigos que moría por ver. Mi segunda familia. En cuanto llegué y fui a la que fue mi oficina durante todo este tiempo me topé con la primer gran sorpresa. Mary, la que fue durante casi todo este tiempo mi secretaria, bueno más que eso, mi mano derecha y grandísima amiga, ¡no era la que yo había dejado poco más de 3 años atrás! ¡me la habían cambiado! Me dio un abrazo fortísimo que aún recuerdo pero en verdad no la reconocía. Su rostro, su semblante, su mirada, su piel, todo era diferente en ella. Había dejado una Mary estresada en un trabajo, con algo de sobrepreso, con acné en su rostro, con la preocupación de sacar a su familia adelante y me encontré a una mamá jovial, platicadora, con muchísimos kilos abajo, optimista, con piel radiante, pero sobre todo con un brillo en la mirada que nunca le conocí.  Como buena mujer, dispuesta a "echar el chal" mi primer reacción y pregunta fue, "¡Mary! ¡por favor! dime ¿qué te hiciste?" (Contar esto de Mary, porque definitivamente está entre mis contactos y quizá muchos de ustedes la conozcan, sé que no me traerá ningún problema porque ella fue la culpable de mi transformación, así como se transformó ella, así que no se preocupen si están pensando que se puede molestar). Se limitó a contestar "Nada, sólo asistí a un curso". Bueno pensé yo un curso de alimentación sana, un curso de meditación, un curso de cómo convivir con el estrés. "No, un curso de desarrollo personal", así que platicamos por un largo tiempo al respecto y nació en mí la inquietud de inscribirme. Al siguiente día me topo con otra gran amiga y su esposo y ¡me pasó lo mismo!¡eran otros! ¿Qué estaba pasando? Ellos habían tomado también ese curso, incluso se lo recomendaron a Mary. Allí definitivamente dije "¡tengo que tomarlo! ¡quiero verme y sentirme como ellos!" Así que una semana después ya estaba inscrita. Debo confesar que con un miedo terrible porque luego recibí mucha información respecto al curso y honestamente me dio mucho miedo entrar porque lo primero que harían allí sería confrontarme conmigo misma. A nadie nos gusta que nos digan nuestras verdades y yo sólo iba a divertirme y disfrutar no a sufrir ni llorar. 

Llegado el día entré y honestamente empecé a experimentar cosas que jamás me imaginé. Yo traía cargando muchas cosas en mi interior, la principal, haber tomado la decisión de irme a Estados Unidos, pero más que verlo como una decisión que yo tomé todo este tiempo lo estuve viendo como el gran favor que le hice a mi esposo, así que inconscientemente de todo lo que había pasado y de todo lo que seguía viviendo en el vecino país, siempre hice responsable a Víctor.

Era el segundo día apenas y toda una serie de emociones se movían como remolinos dentro de mí. Ese día recuerdo empecé con una gastritis espantosísima, quería devolver el estómago, sentía taquicardia, no soportaba estar allí, sólo que en mi interior me decía una y otra vez que si mis amigos lo habían terminado y yo misma vi su transformación, yo podía hacerlo también. La gastritis seguía sin parar y cada vez era más mi deseo de abandonar el salón. Durante el primer descanso salí corriendo al baño y me topé a una persona del staff le dije cómo me sentía y me dijo "¡excelente!" "¿cómo que excelente?, si me siento cada vez peor y quiero vomitar", le contesté muy molesta "ya está trabajando tu interior", me dijo al mismo tiempo que me daba una bolsa "si quieres vomitar, vomita aquí, pero sin salirte del salón". En ese momento pensé "me largo de aquí, le llamo a mi papá para que venga por mí y me voy". Sin embargo, mi orgullo me decía que no, que yo podía terminarlo. Así que decidí entrar y es aquí cuando empieza la transformación de la que hablaba.

En cuanto tomé asiento empezó una dinámica para adentrarnos en nuestro interior. Sinceramente yo no había tomado el micrófono ni había explicado a nadie por qué estaba allí. Solamente yo sabía por qué tomé la decisión de ingresar. Decidí concentrarme a pesar de que mi gastritis estaba intensificándose y mis ganas de vomitar también. Y de pronto, llegó ese momento, donde todo empezó a tomar sentido. Fue como si de pronto me cambiaran un "chip" y me pusieran otro completamente diferente. En mi mente sólo estaban imágenes de mi pasado, de cuando enfermé de epilepsia, de las veces que toda mi familia entraba en ansiedad tratando de ayudarme. Pero sobre todo, no podía borrar de mi mente a mi papá. De cómo luchó buscando médicos y médicos para dar con mi diagnóstico, de cómo nos tuvimos que ir a vivir a su casa, recién casada, porque no podía estar sola. De cómo se enojaba porque no encontraban solución a mi problema. De cómo me pedía perdón porque como médico él tampoco sabía qué hacer. Y entonces todo cobró sentido. Todas las piezas empezaron a embonar. La epilepsia yo me la había creado inconscientemente.

Durante muchos años detesté la forma en que mi papá me exigía sacar buenas calificaciones, detesté lo mucho que me esforzaba y él solamente se limitaba a decirme "es tu obligación". Detesté que nunca fuera lo suficientemente amoroso y decirme que me quería. Después de casada había encontrado la mejor forma de que me pusiera atención, si como papá no me iba a atender como yo quería, definitivamente como doctor lo iba a hacer. Y así sucedió, nunca lo vi tan preocupado por mí, como durante todo ese tiempo en que dieron con mi diagnóstico. 

La dinámica seguía en curso y yo no paraba de llorar, era impresionante, pero más impresionante aún fue que en ese momento la famosa gastritis, la taquicardia y las ganas de vomitar desaparecieron de forma inmediata. Fue realmente impresionante.

Cuando terminó el curso mis papás estaban esperándome afuera, yo me metí al carro y empecé a llorar nuevamente. En ese momento lo único que podía salir de mi boca era "perdóname papá", lo repetí como cien veces, sin exagerar. Le pedí perdón por haberlo manipulado de esa forma, por tratar de conseguir su atención dañándome a mí y dañando a los míos. Fue un momento bellísimo porque yo tampoco había visto llorar a mi papá de esa manera pidiendo perdón por las veces que no me puso atención. Ese día entendí que durante toda mi vida, cada achaque, cada enfermedad que experimentaba era mi forma de lograr la atención de mi papá doctor. Me di cuenta que lejos de vivir, me la había pasado sobreviviendo. 

Mi papá es un doctor muy experimentado y a la vez exigente, pero es increíble ver cómo hoy en día es un firme convencido de que toda enfermedad es producto de una emoción, de un pensamiento negativo, de algo que no externamos y nos guardamos en el interior y la única forma de hacerlo palpable es a través de la enfermedad. 

Ahora cada vez que me duele algo a mí o a Víctor le digo, antes de tomar el medicamento que vayas a tomar, revisa qué emoción o qué es aquello que te está causando ese dolor. Para ello, busco en el internet "enfermedades según Louise L. Hay", quien es de las principales precursoras de lo que se llama "Metamedicina", la mejor forma de curarse uno mismo.

Quiero aclarar que el compartir esta, mi historia de vida, no quiere decir que no crea en la medicina alópata. Crecí junto a un médico alópata, mi padre, y resulta imposible no acudir a él o a cualquier doctor cuando me siento mal, pero lo que sí quiero transmitir, es que entre tanto hagamos consciente que nuestra mente es poderosísima podemos evitar y controlar muchos de los padecimientos que a diario sufrimos, desde una simple gripe, hasta enfermedades más complicadas. Ahora que lo tengo consciente, créanme me enfermo cada vez menos, y el día que llego a enfermarme me enfoco en desbloquear aquello que emocionalmente me tiene así, el medicamento hará su efecto, pero puedo asegurarles que pasará muchísimo tiempo para que mi cuerpo vuelva a hablar por mí. Hace poco pasé por uno de los episodios más horribles de mi vida, pensé que moría ahogada porque justo me dio un ataque súbito de laberintitis en plena alberca, pude haber perdido el conocimiento y quien estaba junto a mí no sabía nadar. Bendito Dios, pude salir del agua, arrastrarme como pude porque no podía reincorporarme, hablar a mi esposo e ir al hospital y atenderme. Lo importante de esto, es que quienes sufren laberintitis saben que un padecimiento así dura incluso meses. Mientras era controlado este ataque en el hospital le dije a Víctor, por favor búscame en el internet por qué me dio esto, y sí en efecto, todo lo que me estuvo leyendo era exactamente lo que emocionalmente he estado experimentando. Gracias a Dios sólo bastaron 3 días para sentirme bien, claro tomando el medicamento adecuado, pero he trabajado todos los días en desbloquear mi emoción y el resultado ha sido maravilloso. Conozco personas que con este padecimiento duran semanas, meses, yo sólo estuve tres días luchando contra él. 

Te invito a que a partir de ahora, busques por todos los medios vivir plenamente, no sobrevivir, no soy una fanática que busca introducirte a la medicina de la nueva era, como es conocida la metamedicina, pero sí una amiga que te invita a buscar alternativas para ser cada vez más feliz y libre de cualquier emoción negativa que haga que tu cuerpo hable. Te recomiendo el libro que mi papá me prestó y también es muy agradable leer a Louise L. Hay, créeme, nuestra mente es poderosísima y nosotros mismos tenemos la capacidad de sanarnos y vivir en plenitud. Aquí te dejo la portada del libro que he estado leyendo. 

Te deseo una vida plena y llena de bendiciones.