jueves, 2 de diciembre de 2010

EL MAÑANA ... NO EXISTE

Ahora que está muy pronto la fecha en que celebramos la Navidad, vienen a mi mente diversas historias de vida que me hacen pensar en el valor que damos a este tiempo, dejando a un lado el sentido mismo por el que debiéramos estar llenos de alegría, el nacimiento de Dios. 

Los regalos, sin duda, son la muestra palpable de la felicidad que nos inunda y la forma en que queremos decirle a los nuestros cuánto los amamos. Damos un valor desmedido, en muchas ocasiones, a los regalos que daremos a nuestros seres queridos. Siempre he pensado que no es malo, siempre y cuando no sea el dinero, la vanidad, la superficialidad, lo que nos mueva a hacerlo y más cuando se cuente con los recursos necesarios para ello; sin embargo, algo en lo que sí nunca he estado en total acuerdo es que demos amor en fechas específicas. Creo que eso debemos demostrarlo diariamente. No esperar a que la mercadotecnia, los especiales, las ofertas, nos muevan a hacer compras desmedidas para demostrar nuestro cariño a quienes amamos. Y bueno, esto trato de ponerlo en práctica,  desde que Luisito me dio una lección de vida que no he olvidado a la fecha.

Luisito, tenía escasos 11 años de edad cuando lo conocí. Fue en circunstancias muy difíciles para él y para mí, ya que era la primera vez que yo pisaba un hospital en donde se atendían exclusivamente a niños con enfermedades graves, y él realmente la estaba pasando muy mal. Le habían extirpado casi la totalidad de su intestino grueso, ¿por qué? por una negligencia médica. Al menos, eso me externó su familia, en una cirugía anterior le acomodaron mal su intestino, se gangrenó y tuvieron que extirpar lo que ya no funcionaba. Su cuerpecito estaba completamente desgastado, frágil, delgado, prácticamente su piel cubría sus huesitos. Yo nunca había estado en un lugar tan desolador, sólo había camas llenas de niños sufriendo, llorando, otros dormiditos. Era muy difícil estar allí. Teníamos que hacer la entrevista en el hospital para el programa de televisión, ya que su pronóstico era reservado y los médicos no sabían cuánto tiempo iba a estar hospitalizado, pero la ayuda que teníamos que solicitar era inmediata, por esa razón tuvimos que invadir por instantes esa intimidad en la que la familia vivía con mucha angustia aquellas horas vitales para que Luisito respondiera al tratamiento.

Con un nudo en la garganta y sin demostrar mi angustia, me limité a platicar con Luisito a decirle que era valiente, que pronto estaría bien y que lo esperábamos fuera de esa cama para que regresara a la escuela. "¿Cuál es tu mayor ilusión Luisito?", fue una de las preguntas que hice para la entrevista. "Salir de aquí, irme a mi casa y jugar futbol con mis primos y amigos, porque quiero ser jugador", apenas pudo expresar con una voz debilitada, al igual que su cuerpecito. El hospital nos dio poco tiempo para grabar, así que terminamos la entrevista, le di su bendición y salimos de allí. Yo creo infinitamente en los milagros, en mi vida, he experimentado grandes milagros y estaba segura que Luisito saldría de allí. 

En mi mente se quedó grabada aquella respuesta, "jugar futbol", sabía que su recuperación iba a ser lenta y que el volver a correr en el campo detrás de un balón iba a tardar un buen rato, así que decidí que mientras eso sucedía, yo le podía regalar un juego electrónico de futbol. En aquel tiempo no existía el famoso DS Nintendo, ni esas cosas, pero sí unos juegos electrónicos similares. Era el mes de octubre, creo, y no faltaba mucho para Navidad, así que me hice a la idea que sería un buen regalo de Navidad para Luisito. 

Dejé que el tiempo pasara para comprar ese regalo, al cabo venía un buen pretexto para hácerselo llegar, ¡la Navidad!, qué mejor época para recibir un regalo como ese y demostrarle el cariño que despertó en mí. Aquí es donde entendí que el mañana no existe... ¿con qué seguridad afirmaba yo que tenemos el tiempo comprado? Antes de que yo pudiera comprar ese juguete, me avisaron que Luisito había fallecido, su cuerpecito frágil no pudo soportar aquella cirugía y Dios decidió que su sufrimiento era suficiente.

Durante días cargué con una culpa que era difícil de llevar. Una y mil veces me cuestioné ¿por qué no lo hice en el momento? ¿por qué esperar tanto tiempo? Sé que Luisito estaba rodeado de mucho amor y así se fue: amado, querido, feliz; pero en el fondo, me quedé por mucho tiempo con esa sensación de no haberle cumplido su sueño de volver a jugar futbol. Tardé tiempo en perdonarme.

Bien dice el dicho "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Que todos los días del año, sean tiempo de dar y compartir. Hay tantos niños que no esperan recibir un solo regalo en Navidad. Este es un buen momento para que experimentes la hermosa sensación de dar y, sobre todo, enseñar a tus hijos también a ser generosos, es la mejor herencia que puedes dejarles. No esperes a tener dinero para comprar cosas, los juguetes que tus hijos ya no utilicen y estén en buenas condiciones puedes donarlos o llevarlos tú mismo junto a tu familia a lugares donde niños felices los recibirán  y ¿por qué no? sin darte cuenta quizá ayudes a cumplir uno de sus sueños, como el de Luisito, ser el mejor jugador de futbol del mundo.  

martes, 23 de noviembre de 2010

¿ERES FELIZ?

Creo que todos, en algún momento de nuestra vida nos llegamos a preguntar si somos felices. Si eres como aquellas personas que nos gusta complicarnos un poco la vida, filosofando o reflexionando al respecto, tratamos de encontrar la mejor respuesta para esta pregunta que de rigor hemos de hacernos o alguien en su momento nos hará, ¿eres feliz? Quizá muchos responderán que entre tengan cubiertas sus necesidades primarias como el comer, vestir, trabajar, tener una familia, etc... pues se sentirán felices, otros quizá, podrán contestar que si están junto a la persona que más aman pues entonces son felices. A lo largo de mi vida he aprendido que la felicidad es muy relativa, lo que a uno los hace felices a otros no, eso es un hecho, lo que sí quiero compartir a través de esta nueva historia de vida, es que de algo sí estoy convencida, y eso lo aprendí en Dr. Arroyo, Nuevo León; y es que la felicidad no podemos sustentarla en el hecho de poseer o no poseer cosas materiales. Tristemente, conozco muchas personas que sólo se sienten felices entre más cosas materiales poseen. Incluso, hace poco alguien que nació en Europa, con otra mentalidad y cultura, eso me queda claro, me decía que personas con discapacidad no pueden ser felices. Créanme que entré en una discusión interminable porque yo le decía que he conocido a tantas personas con capacidades diferentes que puedo asegurar, viven más felices que nosotros, en fin, quizá ese es tema para otra ocasión. 

El sur de Nuevo León es una de las zonas más desprotegidas de nuestro Estado, 5 de cada 10 niños padecen desnutrición. Es increíble leer estas cifras cuando se supone que nuestro Estado es de lo más pujantes y emprendedores, pero tristemente es una realidad. Así que la institución para la que trabajé, tiene un programa para llevar alimento a todas estas comunidades en total desamparo. Seis horas son las que se hacen por carretera y otras dos horas más por una brecha en una montaña, para llegar a una de las comunidades bases en donde se hace la entrega del alimento a cientos de personas que esperan ansiosas a que llegue el cargamento. Los paisajes que uno descubre en estos lugares son maravillosos, ¡la naturaleza es hermosa! Yo estuve presente en la primer entrega que se hizo, previa organización de meses atrás, un gran trabajo en conjunto con excelentes resultados. Incluso en esa ocasión nos quedamos a pernoctar todo el fin de semana. Yo iba a documentar con fotografía y video todo el trabajo realizado.

Conforme íbamos subiendo aquella hermosa montaña, una preguntaba asaltaba mi mente constantemente "¿cómo es que alguien puede vivir tan lejos? ¿cómo puede alguien ser feliz viviendo de esta manera?" . A donde llegaríamos era el destino final para nosotros ya que no había manera de seguir subiendo en un vehículo; sin embargo, existían comunidades más alejadas todavía. Lo increíble de todo esto, es que quienes vivían en esas comunidades tuvieron que bajar de ellas un día antes, caminando con sus burros de carga para poder llegar por su alimento. ¡24 horas caminando para ir por una despensa! y ¡24 horas de regreso para llegar nuevamente a sus hogares! es aquí cuando nuevamente esa pregunta retumbaba en mi cabeza "¿cómo es que pueden vivir tan lejos, pudiendo vivir en la cabecera municipal?"

Llegamos a nuestro destino y cientos de personas esperaban ansiosas su alimento. Yo estaba emocionada de ver aquellos paisajes maravillosos, pero no dejaba de cuestionarme el esfuerzo sobrehumano de todas esas personas por llegar hasta ese lugar. Después de un buen rato, me animé y empecé a conversar con varias personas que iban a ser beneficiadas. Doña Jacinta, una ancianita maravillosa era muy platicadora, su pelo completamente blanco, su piel quemada por el sol y el frío y sus pies desgastados por el polvo, me recordaba a aquellas viejecitas que uno ve en fotografías del México antiguo. Muy risueña, no dejaba de dar gracias por la ayuda que estaba recibiendo, ayudada por sus nietos subía sus cajas con alimento a un pequeño burro, muy desnutrido, pero "aguantador", como ella me dijo. Le tomé una fotografía para tenerla de archivo y antes de despedirse, no podía quedarme con las ganas de preguntarle, ¿por qué vivir tan lejos y pasar este tipo de necesidades?

Doña Jacinta, entonces me dio una lección de vida y en pocas palabras me explicó lo que significa ser feliz. "¡No señito! lejos pa'usté", me contestó. Yo le decía que quizá la vida sería más fácil para ella y su familia si se mudaban cerca de la cabecera municipal. "Irme a la ciudad, ¿pa'qué? aquí somos muy felices, al menos, yo no estoy preocupada como 'usté' pensando en que me pueden robar, mucho menos me trueno los dedos pensando si podré o no pagar la luz, el agua o el gas", ella era la que me ponía a pensar ahora en ese momento. "Al hijo de mi comadre lo mataron por robarle unos cuantos centavos", me lo decía mientras movía su cabeza de un lado a otro. "Aquí yo soy muy feliz, no le debo nada a nadie, y esta vida no la cambio por nada". Terminó de cargar su burro con todo el alimento, nuevamente dio las gracias, nos dio su bendición y emprendió su camino de 24 horas para llegar a su hogar en el que reinaba felicidad.

Doña Jacinta me acababa de enseñar que todo en esta vida es tan relativo. Incluso la felicidad misma. Yo preocupada por su situación pensando que podían vivir muy infelices, cuando ella era quien estaba preocupada por mi situación, en la ciudad, con comodidades, pensando que así no se puede vivir feliz. A partir de entonces, entendí perfectamente, que uno no puede asentar su felicidad en lo material, que pudiera darnos de momento sólo comodidad y bienestar; la verdadera felicidad dista mucho de esto. Es triste ver personas que no pueden alcanzar una plenitud, porque no tienen la casa que desean, o el carro que soñaban. Yo conocí a una Doña Jacinta, plena, viviendo en una casa de adobe y teniendo como transporte un pequeño burrito.

Si Dios te dio la oportunidad de poder estudiar, tener un trabajo, vivir con dignidad, agradécelo infinitamente, pero la vida feliz que buscamos no radica en tener todo eso. Doña Jacinta me enseñó, que para vivir feliz, basta con vivir. Hay una frase que me fascina de Mahatma Gandhi y habla sobre la paz, pero ahora la voy a cambiar un poco y la aplicaré a la felicidad: "La felicidad es el camino, no una simple meta". ¡Que tengas un excelente y feliz día!

jueves, 18 de noviembre de 2010

LOBO LOBITO

Ya está próxima la Navidad y se me vienen a la mente tantas historias de vida que me dejaron múltiples enseñanzas y sobre todo, que me mostraron el verdadero valor del Nacimiento del Dios. Me queda claro que cuando en ocasiones se tienen carencias de pequeño y Dios nos da la oportunidad de aspirar a una mejor vida de adultos, quisiéramos que nuestras familias o hijos, no pasaran por lo mismo que nosotros. Y creo que es válido; sin embargo, creo que también es responsabilidad nuestra transmitirles que en la vida nunca se sabe qué puede pasar y que las cosas materiales son sólo eso, cosas materiales, que hay cosas más valiosas que el dinero no compra. Ya sé, es una frase "trillada", usada para spots televisivos y quizá la que más se repite en forma automática como para excusarnos cuando no nos alcanza al comprar regalos, pero si le diéramos el valor a esta frase tan utilizada, el sentido de la Navidad cobraría otro significado. 

Hace unos años atrás conocí a un pequeñito, Betito, era su nombre, realmente la mitad de su corta vida la había pasado de hospital en hospital, si mal no recuerdo tenía 5 años. En el trabajo que desempeñé durante mucho tiempo, aprendí que existen varios tipos de leucemia y la de este angelito, lamentablemente, era de las más agresivas que existían. Betito asistió al programa de televisión en vivo, su mamá sería entrevistada y era una buena oportunidad para conocer a ese valiente guerrero que había estado luchando contra un enemigo casi invencible. La trabajadora social que llevaba su caso, con anticipación ya que se acercaba la Navidad, le había preguntado a Betito cuál era uno de sus sueños y él  comentó que conocer al "Lobo Lobito". Para quienes no saben quién es, este singular personaje aparece en un programa de televisión infantil que se transmite, a la fecha, en el mismo canal de televisión donde se transmite el programa en donde participé por tantos años. Gracias a que conocíamos al "Lobo Lobito" lo invitamos a él y a Marina, una gran amiga, quien conduce este programa de televisión para niños. Nos pareció una excelente idea que fuera una sorpresa para Betito, así que no le comentamos nada. Llegado el día, en pleno programa de televisión, me di cuenta que su lucha contra esta terrible enfermedad lo estaba dejando muy desgastado. Su carita lucía triste, y su mamá nos comentaba que ya no quería ir al hospital a aplicarse quimioterapias, prácticamente estaba retirándose de esa batalla. La misma pregunta que le hizo la trabajadora social en su momento, yo se la hice a Betito al aire, "¿cuál es tu mayor sueño Betito? ¿a quién te gustaría conocer?", y sin titubear un sólo instante, gritó sonriente: "¡al Lobo Lobito!, es que lo quiero mucho", me contestó.  De inmediato le dijimos que volteara a donde estaban las cámaras y en eso apareció su personaje favorito. Nunca, en verdad, nunca he olvidado esa carita. Sus ojos se abrieron grandes, empezaron a brillar intensamente,  su boca se abrió igual de grande y le conocí una sonrisa que no había mostrado hasta ese momento, conteniendo la respiración, como si el tiempo se detuviera, volteó a ver a su mamá y gritó "¡es el Lobo Lobito, mamá!". Piensen a quién les gustaría conocer en persona, su más grande ídolo y cuando lo tuvieran enfrente de ustedes sin saber qué decir, yo creo que estarían experimentando lo mismo que Betito experimentó ese día. 

A partir de entonces la vida de Betito, cambió. Marina y el "Lobo Lobito" le regalaron un muñeco igual que su personaje, el cual se convirtió en su compañero inseparable. Su mamá nos contó después, que a partir de ese momento, Betito asistía a sus quimioterapias, sin quejarse y contento, abrazado de su amigo el Lobito. Si iba por el apoyo a la institución el "Lobo Lobito" no podía faltar. En cada paso que daba el "Lobo Lobito" estaba también presente. 

Llegó la época de Navidad y la institución organizó una gran posada para muchos de los casos que apoyamos. Ahora les confieso, que era la posada que yo más esperaba que me invitaran y a la que nunca falté. Salía de allí agradeciendo a todos esos ángeles por enseñarme a disfrutar de la vida, como lo hacían ellos. Personas con cáncer, cirugías de corazón, diferentes discapacidades, todas disfrutaban un día maravilloso bailando, cantando, y agradeciendo a Dios un día más de vida, porque como ellos decían, quizá sea la última fiesta a la que asistamos, así que hay que bailar, cantar y disfrutar. Allí vi por última vez, en vida, a Betito. Bailando y disfrutando como nunca junto a su inseparable amigo el "Lobo Lobito" y su familia. 

La siguiente vez que lo vi, fue en su funeral. Pocas veces trataba de involucrarme tanto con una historia y no porque no me gustara, sino porque yo salía muy herida al enterarme que partían o que sus luchas habían terminado, me dolía en el alma saber que ya no estaban con nosotros, pero en el caso de Betito hice una excepción, no podía dejar de ir a despedirme de tan valiente guerrero que me había enseñado que sólo bastaba aferrarse a un afecto, no precisamente material, sino alguien en quien él creía y a quien él admiraba en su inocencia de niño, para seguir luchando incansablemente, pero lo mejor, luchando feliz. Esas fueron las palabras que me dijo su mamá ese día: "Betito se fue feliz, y siempre voy a estar agradecida, porque sus últimos meses fueron los más felices de su vida en todo este proceso, nunca lo había visto disfrutar cada instante de su vida, como lo hizo después de que el 'Lobo Lobito' estuvo junto a él".

Está próxima la Navidad, sé que quisiéramos llenar de regalos a nuestros seres más amados y demostrarles con ello cuánto los amamos. Pero aquí es donde quiero aplicar la frase con la que inicié esta historia de vida, el afecto que uno regale deja más huella en nuestros seres queridos, que lo material. En el caso de Betito, un personaje de la televisión se había convertido en su motivación, en su motor, en su alegría. Demos amor a quienes nos rodean, compartamos lo que tenemos y hagamos que la vida de muchas otras personas se iluminen al igual que la de Betito. Creo que esta época es un maravilloso momento para empezar a iluminar, con amor, y no materialmente, a quienes nos rodean. 

miércoles, 10 de noviembre de 2010

DAR LO QUE NOS FALTA... NO LO QUE NOS SOBRA

Un versículo en la Biblia dice que "Hay mayor alegría en dar que en recibir". Si alguna vez has practicado esta hermosa lección de amor, estoy segura que habrás experimentado esa sensación indescriptible de saber que con lo que hiciste pudiste, incluso, cambiar por completo la vida de alguien. A través de las diferentes historias de vida que he compartido con ustedes,  me he enfocado exclusivamente en historias de personas que han necesitado ayuda y que nos han dejado grandes aprendizajes de vida. Pues bien, la historia que hoy compartiré es de alguien que decidió ayudar y que también me dejó una extraordinaria lección de amor desinteresado, de desapego material y del verdadero significado del dar.

En la institución de asistencia en la que laboré durante tantos años, también conocí historias extraordinarias de donantes que me enseñaron que el dar, no tiene que ser condicionado esperando recibir algo a cambio por ello, y es precisamente lo que Doña Leonor, con su acto desinteresado de amor, me demostró una fría tarde de noviembre. 

Generalmente nuestra hora de salida del trabajo era a las seis de la tarde. Situación que sólo en la teoría podía llevar a cabo, porque en la práctica era imposible. Aprendí que la necesidad, la pobreza, la ayuda; no tienen día, ni hora, ni lugar. Así que prácticamente nuestro horario de salida era mucho después de la hora establecida. Esa tarde nos quedamos una servidora y dos compañeras más a revisar los pendientes de un proyecto de procuración de fondos que estábamos realizando en conjunto. Precisamente, una de mis compañeras en esa reunión, era la responsable del área de ingresos y donativos de la institución. 

Eran después de las siete de la tarde, hacía algo de frío y estábamos terminando de revisar algunos puntos. El resto del personal ya había salido de las oficinas, prácticamente quedábamos nosotras solas en la institución. Nos encontrábamos en el primer piso del edificio, precisamente junto al área de donativos, cuando de pronto escuchamos unos pasos caminando apresuradamente y de pronto, una señora, vestida de manera humilde, empezó a tocar la puerta en donde se recibían los donativos. El guardia de seguridad le había permitido la entrada, pensando que todavía podían recibirla. Cuando la vimos, de inmediato pensamos que era alguien que estaba en una necesidad apremiante ya que se veía algo preocupada y por su forma de vestir de inmediato supusimos que había llegado a la institución a solicitar apoyo. Mi otra compañera, mejor dicho, mi mejor amiga, era precisamente la encargada de coordinar trabajo social, así que de inmediato, al verla, se puso de pie y fue hacia ella para ver qué era lo que necesitaba y agendar con ella una cita para el día siguiente. "¿En qué podemos ayudarla? ¿Qué tipo de ayuda necesita?" fueron las preguntas obligadas. Doña Leonor sin titubear, nos dijo que quería dar una ayuda. Nos volteamos a ver y en automático, nuestros rostros denotaron duda, como queriéndonos decir unas a las otras, ¿entendimos bien?

Mi amiga, con voz dudosa le respondió: "Usted lo que quiere es que le ayuden". "No, no me han entendido", replicó Doña Leonor con voz demandante. "Yo vine aquí a dejar una ayuda. Yo trabajo en una casa de por aquí, como sirvienta". La institución se ubica en una colonia de un nivel socioeconómico alto en el centro de la ciudad. "Mi patrona me acaba de dar un dinero por estar próxima la Navidad, y de inmediato me vine para acá para darlo como ayuda, porque estoy segura que si me lo llevo a mi casa me lo voy a gastar en las necesidades que tengo, y sé que hay personas que tienen muchas más necesidades que yo, por eso es que estoy aquí". Después de escucharla, nuevamente nos volteamos a ver ahora con un rostro sorprendido pero a la vez lleno de agradecimiento. Después de que Doña Leonor hiciera su donativo, nuestra plática solamente se concentró en lo que acabábamos de vivir y de la oportunidad que tuvimos de conocer la belleza del corazón de una persona que sabíamos, que por su forma de vestir y de expresarse, fácilmente podía recibir ayuda por parte de nuestra institución. Ese dinero que su patrona le había adelantado como regalo navideño pensando en hacerla feliz y, que bien podría cubrir muchas de sus necesidades, ella lo había destinado desinteresadamente para hacer felices a otras personas que se encontraban en la misma situación que ella.

¿Cuántas veces te has detenido para brindar ayuda porque crees que lo que vas a dar te hace falta? ¿Cuántas veces has puesto como pretexto el no contar con el tiempo o dinero suficientes para donarlo a quien lo necesite? Ahora que conociste a Doña Leonor, te puedo asegurar, que cuando uno da, incluso lo que le hace falta y no necesariamente lo que le sobra, recibe mucho más en bendiciones y se multiplica no al cien por ciento sino al ciento por uno. 

Termino mi historia de vida de hoy con una frase que me encanta: "No doy porque tengo, más bien tengo porque doy".




martes, 9 de noviembre de 2010

¡HAS SIDO ELEGIDO!

En múltiples ocasiones he escuchado que uno no elige a su familia,  y sinceramente acepté esta frase como mía por mucho tiempo;  más aún, en momentos en que quería salir corriendo de casa, cuando más problemas tenía con mis padres. Pero ahora, puedo decirte convencida, que en efecto uno no elige a la familia donde nacerá, pero Dios te elige a ti para nacer en esa familia. Si alguna vez te has preguntado ¿qué viniste a hacer a este mundo? yo te diría, voltea a ver a tu familia y allí encontrarás la respuesta. Esto lo aprendí de Doña Juanita, una señora de edad avanzada, la cual me enseñó a amar a mi familia a pesar de todos los malos momentos que pudiéramos vivir juntos. Creo no existen familias funcionales en el estricto sentido de la palabra, es decir, todos, por más unidos que podamos ser como familia, tenemos nuestros problemas, quizá esté equivocada, pero hasta el día de hoy no he conocido a una familia perfecta. De hecho, mi familia no es la excepción. 

Hace ya muchos años, visité la casa de Doña Juanita, una señora de edad avanzada y que atravesaba una situación realmente desesperante. Tenía dos hijos, de más de veinte años de edad. Uno de ellos presentaba retraso mental, podía valerse por sí mismo, pero no podía desempeñar ningún trabajo ya que su comportamiento era el de un niño de escasos seis años. El otro de los hijos, atravesaba una situación peor aún, nació con una malformación congénita que lo mantenía recluido a una cuna; sí, a pesar de su edad, su cuerpo no se desarrolló, sólo su cabeza era de tamaño normal, y además de esto también presentaba retraso mental. No sé hasta dónde él estaba consciente de su situación, pero en el fondo sentí que el sufrimiento era su eterno compañero. La terrible situación de Doña Juanita no terminaba allí, semanas antes de ir a visitarla, su esposo, Don Joaquín, quien toda la vida había sido el sostén de esa familia trabajando como carpintero, sufrió un derrame cerebral que lo mantenía postrado a una cama sin poder moverse. Todos ellos vivían en una casa construida de pedazos de cartón y madera, el techo de lámina, ya todo agujerado, apenas podía detener la lluvia que arreciaba durante minutos afuera. Para poder subsistir, Doña Juanita lavaba y planchaba ropa ajena en su propia casa para poder atender a sus hijos y a su esposo. Obviamente, su mínimo ingreso no alcanzaba para tan múltiples necesidades de salud y alimentación que tenían. ¡Prácticamente estaba ella sola luchando contra el mundo entero!

Cuando llegué a la casa de esta maravillosa mujer y me encontré con todo este panorama, no tuve más que un sólo pensamiento presente durante toda mi estancia en ese lugar "¡esto no es vida!". Me era difícil concebir que una persona despertara por las mañanas, abriera sus ojos y encontrara ese panorama a su alrededor. "¡Esto no es vida!", me repetía una y otra vez, mientras escuchaba el llanto de Don Joaquín desde su cama, y los balbuceos de ambos hijos de Doña Juanita, pidiéndole atención en todo momento. Después de grabar unas tomas para el reportaje, me senté para hacer la entrevista de rigor. Mi primer pregunta fue directa y prácticamente fue la única que hice, ¡cuántas cosas comprendí en ese momento! "Doña Juanita", pregunté con el único pensamiento que habitaba en mi mente, "¿qué difícil vida es la que lleva usted, no  cree?", se me quedó viendo e intimidada por el micrófono, con voz entrecortada, me dio una gran lección de vida, "ha sido difícil desde que mi esposo cayó en cama, pero le doy gracias a Dios que todavía me dé la fuerza suficiente para luchar y cuidar de mis enfermitos. ¿Se puede usted imaginar si Dios no me hubiera regalado estos hijos y este esposo? Ellos hubieran nacido, porque era el plan de Dios, pero gracias a Dios nacieron de mí, quizá si hubieran nacido en otra familia no los hubieran atendido como yo lo hago, y si mi esposo tuviera otra esposa, quizá no lo estuviera cuidando de la misma manera, sí es difícil mi vida, pero doy gracias por ella, porque ellos son mis motores, son mi motivación", en ese momento ese pensamiento que tanto taladró durante toda la mañana mi mente, desapareció, me quedé callada y ya no pude continuar con la entrevista. Pensé que era más que suficiente las palabras que me había regalado, y más que palabras, la lección de vida que acababa de recibir.

¿Cuántas veces ha cruzado por tu mente huir de tu casa por problemas que atraviesas junto a tu familia? ¿Alguna  vez, después de un problema familiar, lo primero que piensas es, ¡bueno!, al cabo yo no elegí a esta familia? Doña Juanita me enseñó que si los problemas existen en la familia, yo fui enviada a ella para ayudar de alguna u otra forma, no para renegar ni huir de ellos. Hoy, a pesar de los sinsabores que he vivido en mi familia, doy gracias a ellos, porque a lo largo de mi vida son los que me han permitido servir a mi familia dentro de mis posibilidades, y lo mejor aún, me han hecho ser la persona que soy hoy en día. Espero que así como a mí, Doña Juanita, te haya transmitido el significado del amor incondicional a la familia.


lunes, 8 de noviembre de 2010

BRAZOS QUE CONSTRUYEN

Bien dice un dicho que uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Creo que cuando conocí a Gilberto, aprendí a valorar no necesariamente lo que tengo, sino todo aquello que he construido con lo que tengo. Suena extraño ¿verdad?  pero esta historia pareciera ser todo lo contrario a lo que siempre había dicho una y otra vez cuando perdía algo tan valioso en mi vida . Gilberto iba a ser presentado en el programa de televisión en el cual solicitaríamos apoyo para prótesis de ambos brazos, ¡sí! leíste bien, la misma impresión me causó a mí cuando leí esta historia antes de conocerla. Era un muchacho sumamente joven, veintitantos años tenía cuando lo conocí, vivía en una casa construida de cartón y pedazos de madera, el piso era de tierra y el techo de lámina, no tenía luz, ni agua, y no sólo eso, Gilberto no contaba con sus dos brazos. De inmediato me hice muchas preguntas. ¿Cómo podía alguien comer sin tener dos brazos? ¿Cómo podía vestirse? ¿Cómo podía peinarse, bañarse, lavarse los dientes? ¡vaya! cualquier actividad que se me venía a la mente en la que tenía que utilizar mis dos brazos, mis dos manos, me era imposible imaginar realizar sin ellos. Pues bien, Gilberto era esa persona a quien conocería y me diría qué tan difícil era llevar una vida así. Tremenda sorpresa me llevé con su respuesta.

A sus escasos veintitantos años, Gilberto había llevado una vida de excesos, consumía drogas, se alcoholizaba diariamente, había días en que no sabía ni siquiera dónde despertaba; pero, lo más triste de su situación, es que tenía una esposa tan joven como él, y 4 pequeños hijos que dependían completamente de sus múltiples ocupaciones. Y digo múltiples, porque no tenía un trabajo fijo, como me dijo cuando platiqué con él, trabajaba en lo que "saliera", lo que el día le deparaba. Precisamente, uno de esos días "salió" un trabajo fuera de la ciudad, en otro estado, creo que cosechando verduras. No tenía para el pasaje así que decidió, como en muchas ocasiones, viajar de "mosca" en un tren. Ni siquiera le gustó el trabajo que estaba desempeñando por lo que de inmediato decidió volver a su casa. Como había sido un largo viaje el de ida, llegar a ese lugar y ponerse a trabajar de inmediato y luego tener que regresar viajando de la misma manera, el cansancio lo venció, así que colgado de aquel tren se quedó dormido, cayó del mismo y sin darse cuenta, en un abrir y cerrar de ojos, el tren amputó sus dos brazos. Semanas después, Gilberto abrió sus ojos, no se acordaba de lo sucedido. De pronto se vio rodeado de tubos, monitores y un sinfín de cosas que lo hizo suponer, estaba en un hospital.

Tratando de acordarse del por qué se encontraba allí, sintió la gran necesidad de rascarse la nariz, ¡qué simple! algo tan simple y que en ese momento lo llevó a enfrentarse a una terrible realidad, ¡no pudo hacerlo!, entendió que no tenía sus dos brazos, entendió que a partir de ese día su vida cambiaría radicalmente, creyó que todo acababa y que lejos de ser un humano, su vida se limitaría a ser "un costal" como él se describió cuando me relató su historia. En ese momento la firme idea de suicidarse cruzó por su mente; pero Dios en su infinita misericordia, eligió para él una esposa maravillosa, tan joven como él, pero con una madurez fuera de lo común. Ella fue quien, con mucha paciencia, le enseñó que el valor de una persona radica en su interior, no en su exterior. Un grupo de oración fue su soporte diario, mientras estuvo hospitalizado todos los días acudían a llevarle la palabra de Dios y a hacer oración junto a él. Sus pequeños hijos se convirtieron en sus grandes maestros. Ellos fueron quienes le enseñaron a vestirse, a comer, a peinarse, a adaptarse a su nueva vida. Y en verdad les digo, era maravilloso ver a un ser humano como Gilberto valerse por sí mismo aún y a pesar de que no contaba con sus dos brazos. 

Además del gran aprendizaje que Gilberto me regaló con su historia de vida, jamás imaginé lo que estaba por decirme y que cambiaría por completo mi forma de pensar. Cuando empiezo a entrevistarlo para fines del reportaje para televisión, vino la pregunta obligada... "¿qué tan difícil es ahora tu vida Gilberto?", lo cuestioné. Él calló por un largo rato y yo me sentí mal porque era obvia la respuesta que me iba a dar, en mi interior me cuestionaba una y otra vez, ¿cómo se te ocurrió hacer esta pregunta? ¿en qué estabas pensando?, me dije. Gilberto, después de esa larga, pero meditada pausa me respondió, "mi vida era más difícil cuando tenía mis dos brazos". Sí, leyeron bien, de la misma manera me quedé yo, sorprendida con esa respuesta. Prosiguió: "no puedo estar más que agradecido con Dios por esta nueva oportunidad de vida que me ha regalado, y que es mucho mejor que la anterior. Porque antes mis dos brazos sólo servían para destruir, me destruí a mi mismo y a mi familia, ahora, estoy seguro, que los nuevos brazos que Dios me va a regalar, son brazos para construir, y junto ello, recuperé a mi familia". Nuevamente, un nudo en la garganta se apoderó de mí y a mi mente vinieron muchos pensamientos de cosas materiales que en su momento me fueron muy difícil dejar de lado en mi vida. Hoy en día, Gilberto, con sus dos prótesis, se dedica a predicar la palabra de Dios y a construir un mejor mundo para su familia.

¿Cuántas veces hemos renegado, llorado, maldecido porque hemos perdido algo que tanto queríamos? ¿Cuánto nos cuesta dejar a un lado aquellas cosas materiales a las cuales nos aferramos porque nos hacen llevar una vida cómoda y llena de lujos? Gilberto me enseñó, que a veces, lo que tenemos y hemos construido con ello, no es necesariamente lo que necesitamos. Es a partir de entonces, cuando cada cosa que realizo pienso primeramente, si está ayudando a construir y no a destruir, aún y a pesar del dolor que pueda hacerme sentir en su momento; y segundo, si es algo que necesariamente necesito en mi vida. 






miércoles, 3 de noviembre de 2010

EL PAPÁ DE UNA ESTRELLA


Esta historia de vida, me dejó muchas enseñanzas. Tantas como para escribir varias historias. Y definitivamente, lo haré; pero hoy deseo concentrarme en una de esas enseñanzas, uno de los valores que procuro vivir diariamente y, en ocasiones, me es muy difícil aplicar y seguro a ti también: NO JUZGAR. ¿No les ha pasado que con el simple hecho de ver a una persona por su apariencia empezamos a hacernos una idea equivocada de lo que es hasta que no la conocemos bien? ¿Te ha pasado que si una persona se viste de cierta forma, o habla de otra le pones une "etiqueta", haces tu propio juicio respecto a ella y  prefieres alejarte? Creo que como todos, en ocasiones yo hacía lo mismo, sobretodo, con personas que despertaban en mí cierta desconfianza. Pues bien, una pequeña niña, mejor dicho, el papá de una pequeña niña, me enseñó sin saber, que eso es lo peor que podía yo hacer en este mundo. 

Hace varios años atrás conocí a Estrellita, una dulce pero valiente y aguerrida pequeñita, quien a tan corta edad, escasos 5 añitos, había vivido quizá lo que muchos de nosotros no hemos vivido en nuestra vida entera. Llegó a la ciudad de Monterrey junto a su papá en busca de ayuda, ya que presentaba un retinoblastoma, para ser más claros, un tumor en uno de sus ojitos. Yo la conocí por casualidad, grabando otra de las historias, ya que ella no iba a ser presentada en el programa de televisión porque se había conseguido su donativo con anticipación; sin embargo, algo sucedió ese día, me llamó la atención que a pesar de la gravedad de su situación su sonrisa no se apagaba nunca, aún y el dolor inmenso que el cáncer que padecía le pudiera ocasionar. Estrellita todo el tiempo sonreía, y siempre estaba dispuesta a todo lo que los médicos le indicaran. Empecé a platicar con ella, a preguntarle su edad, de dónde era originaria, qué le gustaba hacer. Estaba hospedada en un albergue con el que cuenta la institución, precisamente para personas de otros estados que llegan a Monterrey y no tienen dónde hospedarse. Después de un rato, corrió buscando a su papá quien la llamó ya que era la hora para comer. Me fui siguiéndola hasta la cocina y allí conocí a su padre, a quien abrazó fuertemente en ese momento. No sé por qué siempre he relacionado a las personas con tatuajes en exceso en brazos, piernas, cuellos, etc. con "desconfianza" o miedo quizá, es una relación en automático, ¿por qué? no lo sé, quizá porque es lo que predomina entre personas que conforman bandas o pandillas. Es aquí cuando en verdad digo, qué equivocados estamos cuando juzgamos de esta manera. El papá de Estrellita tenía muchos tatuajes, era muy jovencito, no sabía leer y escribir, apenas podía expresarse, en pocas palabras, si lo hubiera visto en la calle, de inmediato hubiera pensado cosas espantosas de él. Lo saludé cordialmente y me despedí de ambos. 

Me intrigó mucho conocer acerca de Estrellita, así que pregunté a trabajo social sobre su historia y es aquí cuando empiezo a darme cuenta del maravilloso padre que Dios había elegido para tan hermosa niña y de lo mal que hacemos en juzgar sin conocer. La mamá los abandonó en cuanto se enteró que su hija tenía cáncer. Supongo que ya estás haciendo un juicio sobre el actuar de esta mujer ¡no empecemos a juzgar de nuevo! en este tipo de situaciones aprendí que, lamentablemente, una enfermedad une o desune familias y, en este caso, su mamá quizá no pudo soportarlo y prefirió evadir la situación. En verdad te lo digo, no podemos juzgarla por esa decisión que tomó. Detrás existe toda una historia que no conocemos.

Nunca vi tanta entrega sin cansancio por un ser amado. Aún sin saber leer y escribir, él hacía lo imposible por encontrar las direcciones para recoger los medicamentos, dejó todo en su ciudad de origen por estar al pendiente de su hija, los días eran cortos para brindarle todo lo necesario a su hija para que no sufriera. ¡Agradecimiento total era lo que brotaba por todos sus poros! El día del amor y la amistad fue hasta mi oficina y junto a Estrellita me regalaron una paleta en forma de corazón, sólo se limitó a decirme: "gracias, porque mi hija y yo encontramos a una amiga en Monterrey". Ese fue el último día que la vi con vida a mi pequeña Estrellita, y a él con un rostro lleno de luz y con una sonrisa que sólo reflejaba esperanza. Es tiempo en que todavía la recuerdo y no puedo evitar derramar lágrimas por mi Estrellita, hermoso nombre para una personita que pasó por mi vida y la iluminó grandemente. 

Durante el tiempo que traté a su papito, como solía llamarlo, solamente me demostró el enorme corazón que tenía y borró de mi mente cualquier idea que pude crearme respecto a su persona. Si su pasado fue difícil e incierto, creánme que eso quedó en el olvido desde el momento mismo en que se entregó en cuerpo y alma a luchar junto a su pequeñita para vencer una enfermedad tan difícil como el cáncer. En vida el cuerpecito de Estrellita fue frágil y no lo soportó, pero en espíritu su papá le pudo transmitir y me transmitió a mí, que uno debe luchar hasta el último suspiro por alcanzar lo que más se desea, aún y a pesar de que la gente a tu alrededor te juzgue y no confíe en ti.  




martes, 2 de noviembre de 2010

EL ÁRBOL DEL AMOR

Está próxima la Navidad, época que me recuerda una de las historias de vida que marcaron para siempre mi espíritu y mi ser. Creo que ha sido uno de esos momentos en que Dios se ha manifestado en mi vida de una forma inmediata y contundente. Tenía poco tiempo trabajando en la institución de asistencia social que tantas satisfacciones me dio, para ser exactos casi 6 meses, me sentía realizada con lo que hacía, estudié Comunicación y estaba aplicando todo lo aprendido en la universidad. Cuando somos jóvenes ¡queremos comernos el mundo entero! nos sentimos dueños de la situación, incluso eso nos gana un poco de altanería para con los demás. Yo no era la excepción. Se me hacía algo tarde para ir a trabajar, salí de mi recámara corriendo y lo primero que veo es a mi mamá poniendo las esferas en el árbol de navidad. En mi casa jamás acostumbrarnos a reunirnos en familia a poner en práctica esta tradición, creo que nunca pusimos en práctica ninguna tradición. Mi madre, a quien amo profundamente, quien ha sido mi maestra de vida también, estaba como siempre, paciente y feliz colocando unos adornos que muchos años atrás habíamos hecho juntas. Lejos de agradecer el gesto de poner sola un pino navideño, mi reacción fue de ¡enojo! ¡sí! porque esos adornos estaban viejos y horribles. "Mamá, ¿vas a poner eso tan espantoso? tan sencillo que hubiera sido decirme y te compro unos nuevos", me sentía dueña del mundo pues ya trabajaba y podía comprar eso y más. Mi mamá, sabiamente como siempre, se limitó a darme la bendición, calló y siguió colocando los adornos en el árbol. Yo salí molesta diciendo que no los quería y que en la tarde podíamos comprar otros. 

Llegué a mi trabajo, tomé mi cámara de video y encarrerada junto a una de mis mejores amigas, quien es trabajadora social, fuimos a grabar una nueva historia para presentar en el programa de televisión con el que contábamos, en donde se presentaban diferentes historias de personas que requerían apoyo de la comunidad. Lupito era un niño sordomudo, se llamaba así porque nació el 12 de diciembre, sus papás lo abandonaron por su discapacidad, por lo que su abuelita materna se convirtió en su mamá. Su edad avanzada ya no le permitió seguir trabajando y su mayor anhelo era que su nieto estudiara una carrera técnica para que pudiera valerse por sí mismo cuando ella faltara. 

Recuerdo que ese día hacía mucho frío, llegamos a su casa en un barrio muy humilde al poniente de la ciduad, y al bajar del carro, lo primero que vi fue un árbol seco, sin hojas, todo lleno de basura en sus ramas, unos cuantos vasos de unicel clavados en las ramas y en la banqueta un grupo de pandilleros inhalando resistol para drogarse. Mi reacción fue inmediata, enojarme fue la decisión que tomé al ver aquella imagen, Doña María, la abuelita de Lupito salió a recibirnos, yo quería decirle lo que habían hecho ese grupo de pandilleros con su árbol, pero en el momento era mayor mi urgencia de grabar la historia. Lupito leía muy bien los labios y a señas nos dio a entender que quería estudiar dibujo técnico, que no necesitaba hablar o escuchar para ser alguien en la vida, que sus manos y su creatividad bastaban para poder desarrollarse como cualquier persona "normal". Incluso, nos regaló un hermoso dibujo de la Virgen de Guadalupe que él mismo realizó para nosotras. Son increíbles los hermosos detalles que uno recibe de personas tan valiosas como Lupito y su abuelita.

Al terminar de grabar, Doña María nos encaminó a la puerta y junto a ella iba Lupito, al ver nuevamente el árbol seco y lleno de basura, decidí que el enojo regresara nuevamente a mí, así que no dudé un instante en decirle a Doña María lo sucedido. "¿Ya vio su árbol?", fue lo primero que le dije, pensando en que juntos podíamos recriminar a esos muchachitos drogadictos que no tenían nada bueno qué hacer en la vida. La cara de Doña María lo dijo todo. Abrió sus ojos grandemente y sorprendida volteó a ver a Lupito. Yo estaba esperando a que empezara el regaño para apoyarla y si era posible hablar a la policía. "Lupito, hijo mío", expresó con gran dolor y pausadamente para que él pudiera leer sus labios, "no te preocupes, creo que han robado nuestras esferas, te prometo que ahorita compro más vasos y los pongo otra vez, tu pino va a estar igual de bonito como ayer", mientras una lágrima empezó a rodar por sus mejillas. Sí, otra vez, estaba yo allí, parada escuchando algo que no podía creer. Dios me estaba hablando de una forma tan fuerte que no pude resistir y me puse a llorar en cuanto me subí al carro. Para Lupito ese era su árbol de navidad, ¡el más hermoso del mundo!, el que su abuelita llenó con tanto amor de adornos navideños para su hijo al que tanto amaba. 

Mi día apenas empezaba, y una gran lección de vida acababa de darme Dios. En ese momento quería regresar corriendo a mi casa a pedirle perdón a mi mamá por lo que hice en la mañana. Todo el día la tuve presente en mi mente. Al caer la tarde, llegué a mi casa y mi mamá estaba preparando la cena, de mi boca no pudo salir palabra alguna, sólo la abracé y me puse a llorar, después de calmarme le dije cuánto la amaba y lo hermoso que estaba su pino de navidad. Después de ese día, entendí muchas cosas y decidí que cada año esos adornos que hicimos juntas tiempo atrás, iban a decorar nuestro pino de navidad. 

No permitas que la soberbia sea la que predomine en tu vida. Dale el valor justo a las cosas. Recuerda que cualquier persona es mucho más valiosa por lo que hace y posee en su interior, no por lo que viste o muestra en su exterior. Hay una reflexión que me encanta y la comparto para finalizar.... Cuando Dios te llame a su presencia, no te preguntará qué tan grande era tu casa, sino a quién hospedaste en ella; no te preguntará qué marca de carro manejabas, sino a quién transportaste en él; tampoco cuestionará qué marca de ropa usabas, sino a quién abrigaste con ella; mucho menos qué tan finos eran tus zapatos, sino a quién ayudaste a caminar por el sendero correcto. ¡Que tengas un feliz día!  


¿ÉSTAS?... ¡ÉSTAS SON PEQUEÑECES!

Cada vez que tengo oportunidad, presumo el hermoso trabajo que desempeñé durante 13 años en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Una organización de asistencia social en la que se ayuda a personas en extrema necesidad, fue no sólo un trabajo que desempeñé con gran amor, fue definitivamente, el lugar donde me senté a platicar a diario con Dios. Donde día a día me demostró su amor, sus enseñanzas e incluso me regañó como buen padre amoroso. Trabajar para personas en completo desamparo me hizo ver la vida desde otra perspectiva. A través de todos estos ángeles, como solía llamarles, aprendí grandes valores en la vida. Nunca voy a olvidar al Profr. Burgos. ¡Cómo es la vida!, se dedicaba a dar clases a adultos que no sabían leer y escribir y, sin proponérselo,  a mí me enseñó una de las lecciones más importantes de mi vida.

La televisión es un medio que te envuelve, yo llegué allí por casualidad, y parte de mi labor en esta institución, era conducir un programa de televisión para solicitar apoyo y ayudar a todas estas personas en desamparo. Por más que uno lucha contra la vanidad, es imposible escapar a ella cuando te desenvuelves en ese mundo. Así que me dejé seducir en ocasiones por ello. Cambiando constantemente mi 'look' probé las famosas extensiones de cabello, así que gasté un dineral en unas hermosas extensiones onduladas para lucir, digamos, diferente y a la moda. Así que orgullosa de ellas, no dudaba en dejar mi larga cabellera suelta y presumir mi nueva apariencia. Hasta que un día, no se por qué, se enredaron y aquello se convirtió en una catástrofe. Una noche desesperada, empecé a llorar y no podía desenredarlas. Qué simple y tonto ¿no? pero mi enojo por el dinero gastado y mi desesperación pudieron más. A la mañana siguiente tenía que ir a grabar un nuevo caso para el programa de televisión, así que hablé con mi productor y le dije que no asistiría, que iba de inmediato a quitarme aquellas extensiones que habían arruinado mi día, mi noche... ¡mi vida entera! Gracias a Dios, Javier, me convenció de ir a grabar y después de hacer lo que quisiera con mi cabello. Así que me hice una trenza, me armé de valor y salí a grabar. El Profr. Burgos vivía en el municipio de El Carmen, Nuevo León. Mientras viajábamos a su casa, en el camino iba leyendo lo que pasaba con la vida de él para darme una idea de lo que sería mi entrevista. La solicitud de ayuda sería para su esposa, ya que tenía cáncer. Él había perdido sus dos piernas en un accidente automovilístico cuando se dirigía en un camión a su trabajo, tenían dos pequeños hijos y el único ingreso que percibían en esa familia, era el del profesor como maestro rural, vivían en una pequeña casa de adobe y sinceramente, yo pensaba encontrarme con un panorama definitivamente desalentador, una casa donde sólo la depresión y el llanto estuvieran presentes.

Cuando llegamos me llevé una sorpresa tremenda. Encontré una familia sonriente y todo el tiempo agradecida con Dios por la vida que llevaban. Tristemente, nuestra sociedad a veces necesita ver situaciones de total desamparo y desolación para tender la mano, así que ese panorama alentador no era muy convincente para el programa de televisión, es triste confesarlo, pero desde el punto de vista de producción esa es una realidad. Yo necesitaba a una madre que al menos, con tristeza, expresara su desesperación por tener cáncer y en todo momento esta hermosa madre y mujer, mostraba una sonrisa y alababa a Dios. Desde allí me sentí realmente ¡agradecida por conocerlos! Pero mi mente me decía que tenía que mostrar otra realidad si quería que la historia se resolviera. Así que le dije a mi productor que grabara unas tomas de apoyo mientras yo platicaba con el Profr. Burgos, segura estaba yo que algo encontraría en él, para al momento de entrevistarlo, pudiera "explotar" su dolor. Pobre ilusa era yo. 

Siempre traté con mucho respeto y dignidad a mis ángeles, como les llamé siempre, así que mi primer pregunta a solas con él, fue respecto a su "situación". No podía ser directa preguntándole qué sentía al no tener ambas piernas, no trabajar como él quisiera y poder dar el tratamiento de quimioterapia a su esposa. El Profr. Burgos viéndome con un rostro pensativo, me preguntó: "¿mi situación?" Sí, contesté con voz insegura, pensando que quizá fui muy directa. "Su situación", repliqué mirando sus piernas, encogiendo mis hombros y con gran vergüenza. En ese momento, el rostro del Profr. Burgos se iluminó, su duda respecto a mi pregunta se despejó y con voz alegre y con una seguridad tal me respondió: "¡Ah! se refiere a mis dos piernas. ¡Ay! Licenciada, ¿éstas?... ¡éstas son pequeñeces!, esto es lo que menos me preocupa". En ese momento, todo se detuvo para mí, sentí como si estuviera corriendo y de pronto un muro detuviera mi carrera desenfrenada, en mi mente se apareció repentinamente la imagen de mi noche anterior, llorando y maldiciendo unas extensiones que no podía arrancarme, pensando que estaba atravesando una situación realmente desesperante. Se me hizo un nudo en la garganta, me le quedé viendo y sólo pude decir: "Gracias profesor, me acaba de dar la lección más importante de mi vida".

Cómo son las cosas ¿no?, al Profr. Burgos, le fueron arrancadas sus piernas en un accidente, algo tan valioso como la vida misma y no le preocupaba; y yo, quería arrancarme unas extensiones a las que les di una importancia tal que sentía que el mundo se me venía encima. ¡Qué lección de vida me acababa de dar Dios! A partir de entonces, una de mis frases favoritas que repito en tanto más difícil sea la situación por la que atravieso es.... "¿éstas?... ¡éstas son pequeñeces!".


UNA NUEVA AVENTURA

A partir de hoy, iniciamos esta nueva aventura juntos. Desde hace tiempo he tenido la inquietud de plasmar y compartir experiencias de vida que han cambiado mi forma de pensar y actuar. Me considero una persona tan normal como cualquier otra, con aciertos y desaciertos, alegrías y tristezas; mis defectos, en ocasiones, sobrepasan mis virtudes, la diferencia quizá,  con aquellas personas que se quedan con el sentimiento albergado en su corazón sin encontrar razón, es que toda situación por la que atravieso, de alegría o dolorosa, siempre ha tenido una enseñanza maravillosa en mi vida. Yo no les llamo situaciones "malas" ya que siempre han dejado algo bueno en mi vida, les llamo "situaciones de crecimiento".

Soy optimista ¡sí! aún y a pesar de la adversidad. He llorado ¡sí! aún y el momento sea de completa alegría, me he enojado ¡claro! hay cosas que considero completamente injustas; pero siempre, al final, después de reflexionar, me mantengo atenta a todo aquello que yo llamo "mensaje divino" y es cuando encuentro un "para que" a lo vivido, en los "¿por qués?" jamás he encontrado respuestas. 

Lo que voy a compartir con ustedes son vivencias exclusivamente mías. Admiro a los grandes pensadores y motivadores, me encanta leer historias de reyes, princesas, sapos, burros, abejas y hormigas que me dejan muchas enseñanzas, pero la vida misma ha sido mi gran maestra. No voy a entrar en controversias de religión ni mucho menos, soy católica y practico, o al menos intento practicar a diario mi religión. Soy creyente en Dios, por convicción, y creo que allí empieza mi historia de vida, mi conversión, cuando decido abrirle las puertas de mi corazón y aceptarlo como mi mejor amigo y ahora les puedo confesar, que mejor amigo no pude encontrar, porque me habla a diario de una forma ¡extraordinaria! Mi mamá siempre me ha dicho que tengo un "don", no sé si sea así, pero ella dice que siempre he estado receptiva al más mínimo de los mensajes que Dios tiene para mí. Yo sólo le digo que no creo que sea un don, simple y sencillamente, me entrego a Él.

Espero que las historias que aquí voy a compartir lleguen a tu corazón, y al igual que a mí, te sirvan para agradecer lo maravilloso que es la vida, a pesar de los sinsabores que pensamos vivimos a diario. Te vas a sorprender cuando sepas que eres millonario aunque creas vivir en la pobreza, que estás rodeado de amor aunque creas sentirte solo, que tienes una misión especial aunque creas que estás aquí por accidente. 

¡Bienvenido a mi blog y gracias por compartir una nueva aventura!